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Mostrando entradas de noviembre, 2016

El camino

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Este título, como comprenderán ustedes, no tiene nada que ver con las consideraciones espirituales de don Josemaría en su intento de llevarnos por senderos de oración, ni tampoco con la novela de mi admirado Miguel Delibes donde, como buen amante de la caza y la naturaleza, describe con maestría el descubrimiento de la vida y la transformación que sufre su protagonista –el niño Daniel “el Mochuelo”— en la Cantabria de posguerra, aunque eso de salir de madrugada hacia el pueblo en noviembre, con el ánimo puesto en asuntos de la caza menor con perro, tiene algo que evoca a nuestro maestro castellano en el relato de certeros lances de perdiz en las laderas de su querido Sedano. Amanecer en las ripas junto a los ríos. Foto: Cristina Allué Según el día amanezca con nubes recias de levante, con viento del oeste o con boira prieta en la ribera, el ánimo se torna conmovido, valiente o expectante. En su inicio, el camino transcurre entre semáforos y rotondas que orientan la mirada, cerc

Cazar en plato

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El domingo transcurrió sin prisas y con tiempo desapacible. La previsión de lluvias no llegó a cumplirse y tan sólo apareció un chiribiri insulso a media mañana que no dificultó el recreo campestre por la Sierra. Bien sea por las brumas, o por la luz desvaída y cenicienta que hacía dilatar las pupilas en exceso, que los fallos fueron merecidos y arbitrarios. Los conejos no aguantaban la muestra y saltaban sin rigor y descontrolados, al igual que las perdices que volaban de los altos anulando el sonido de salida entre el aire húmedo de la mañana, evitando el preciso avistamiento que hubiese requerido para un encare acertado. Así pues, descontando unos conejetes que hizo el Polo de buena mañana, más alguno que sumó el Sabino y alguna liebre díscola que no aguantó la destreza requerida para encarar una escopeta hombrera, el morral quedó discreto y sin pluma. Pero la cuestión cinegética tiene otros componentes que sobrepasan el alcance de los cañones de las escopetas y que dan un sentid

Mentideros otoñales

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En la vida, hay momentos de placidez. Tomar el sol en un día de bonanza, sin que el cierzo aterre por las avenidas del pueblo despeinando permanentes, es uno de estos momentos. En estos pueblos del Bajo Cinca –al menos los que ya tenemos la rutina hecha por los años, y no es momento de cambiar— es costumbre de comer al mediodía. A la una, la mesa puesta, que el abuelo tiene que echar el guiñote en el club y a la dueña la esperan las amigas para dar un paseo junto al río con los cacharros ya puestos a escurrir y la escoba pasada en la cocina, que la casa ha de estar siempre en orden, por principios y por lo que pueda pasar, porque puede venir de visita con cualquier pretexto y sin avisar la alcahueta del barrio y encontrar alguna falta, o que le dé a una un vahído de los que no se pasan con un vaso de mistela y tengan que avisar al médico; ante dichas circunstancias, las dos de gravedad, mejor que la casa esté siempre ordenada y limpia y, en la cama, la colcha bien estirada. Y no t

Moniatos

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Las primeras boiras del otoño extienden su manto opaco ocultando la montaña sobre el río. El humo de las chimeneas asciende difuso y lento sobre los tejados trazando surcos imprecisos sobre un cielo ceniciento. Las miradas se perciben resignadas a través del vaho en los cristales de ventanas enteladas por el frío de la noche y las calles desiertas despiertan con fresco olor de crisantemos. El día transcurre con calmado trajín de vecinos recolectando olivas en los campos, acarreando leña de los huertos y horneando enfarinoses y dorados mazapanes. Una vecina que escoba la calle se detiene a observar la figura de una joven caminante que se vislumbra imprecisa, subiendo por el sendero que lleva a la ermita, junto a un perro blanco salpicado de negro. Algunos vecinos pasean sus almas por el puente hacia los huertos escuchando el leve rumor de las aguas del río que rompen calmas sobre los cuchillos de piedra formando torbellinos suaves que bañan los juncos. Los álamos del río extienden una