Un verano de cine
De buena mañana, los labradores trajinaban en las eras con las mieses y con los cañizos de las figas cuando las balas de los Mauser silbaban amenazantes en la atmósfera calurosa del barranco de la Tejería. El siniestro eco de los disparos alarmó la Casimira cuando bajaba al horno de la Marcelina con la tabla de los panes sobre la cabeza y la abuela de la Polla se sobresaltaba escobando la calle al mismo tiempo que, en La Barceloneta, alertada por los disparos, la Lustrosa huía espantada al solonar. A la voz del director “ se rueda, acción !”, el grupo de voluntarios dirigidos por Pedrito el Panadero, convertidos en protagonistas del transparente celuloide —vestidos con mono azul, correaje de cintura con hebilla dorada, alpargatas de tela, un gorro verde con borleta y armados con fusil de bípode y amenazante bayoneta calada— disparaban sin descanso, contra el enemigo las balas de fogueo que sobresaltaban los lagartos en su acecho silencioso y quebrantaban el somnoliento descanso de