Cazar en plato
El domingo transcurrió sin prisas
y con tiempo desapacible. La previsión de lluvias no llegó a cumplirse y tan
sólo apareció un chiribiri insulso a media mañana que no dificultó el recreo campestre
por la Sierra. Bien sea por las brumas, o por la luz desvaída y cenicienta que
hacía dilatar las pupilas en exceso, que los fallos fueron merecidos y
arbitrarios. Los conejos no aguantaban la muestra y saltaban sin rigor y
descontrolados, al igual que las perdices que volaban de los altos anulando el
sonido de salida entre el aire húmedo de la mañana, evitando el preciso
avistamiento que hubiese requerido para un encare acertado. Así pues,
descontando unos conejetes que hizo el Polo de buena mañana, más alguno que
sumó el Sabino y alguna liebre díscola que no aguantó la destreza requerida
para encarar una escopeta hombrera, el morral quedó discreto y sin pluma.
Pero la cuestión cinegética tiene
otros componentes que sobrepasan el alcance de los cañones de las escopetas y
que dan un sentido completo a los madrugones, cada vez más discretos, a las
caminatas por los montes y a la percha; zamparse de buena mañana unos huevos
con panceta, preparar con esmero un puchero de judías blancas con oreja, una cabeza
de ajos y buen corte de tocino también forma parte de este ritual culinario que
acompaña los días entre amigos y hace la vida más placentera.
Estas judías que,
abocadas a la fuente, se rocían con un buen aceite de cosecha y se acompañan
con unas tostadas al fuego de la chimenea, que extienden su aroma generoso por
la estancia caldeada por las llamas y la compañía, que se deshacen jugosas en
la boca después de horas al chup-chup en el puchero, al rescoldo de un fuego
amortiguado que las mima lentamente, constituyen un manjar que sólo algunos
cocineros tienen a bien atreverse; en la cuadrilla, dejamos el honor de
cocinarlas a Pablo porque es el que tiene la paciencia, el esmero y el cuidado
que requiere la limpieza y selección de las judías y la oreja.
Judías del chef -Pablo- |
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Estos
de la Guissona ya no limpian ni la oreja.
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Pues,
se cambia de matadero y arreglau.
Mientras damos cuenta de estas
sabrosas judías, una cazuela de costilla con caramelo de cebolla está esperando
su turno junto al fuego. Exquisitos aromas se entremezclan con dulzones sabores
en unas bocas hambrientas por el ejercicio de unos cuerpos que no abandonan su
afición a corretear por los campos de sembrados ya nacidos, por yermos pedregosos
pintados de espartos y romeros, por baldíos cubiertos de sisallos, de ontinas y
ginestas, por restojos de pajas y barrellas, y caminar inestables por ariscas laderas
manchadas de hartos y coscojos.
Pero hoy, además de los descritos,
hay que hablar de la cosecha de final de septiembre y es que, el Sabino, que ya está hecho un
enólogo fino, nos trae los caldos de la primera punchada para su cata.
Este año
ha conseguido un precioso color cereza, ennegrecido por las pasas, en un tinto joven
de merlot y garnacha, afrutado y fresco de entrada y con sabores a bosque, a
frambuesa, a fresa y a membrillo; un vino que entra por los ojos, que te llena de
sabores, con plácido y generoso grado y todavía en proceso de fermentación.
Un placer para los sentidos y para el cuerpo. Este Sabino tiene los conocimientos y la paciencia necesaria para el cultivo de la viña y con buen futuro en la bodega, y le felicitamos por este excelente vino de la cosecha del año dieciséis del segundo milenio.
De vendimia con David y Manolo |
Uva garnacha |
Un placer para los sentidos y para el cuerpo. Este Sabino tiene los conocimientos y la paciencia necesaria para el cultivo de la viña y con buen futuro en la bodega, y le felicitamos por este excelente vino de la cosecha del año dieciséis del segundo milenio.
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