El camino

Este título, como comprenderán ustedes, no tiene nada que ver con las consideraciones espirituales de don Josemaría en su intento de llevarnos por senderos de oración, ni tampoco con la novela de mi admirado Miguel Delibes donde, como buen amante de la caza y la naturaleza, describe con maestría el descubrimiento de la vida y la transformación que sufre su protagonista –el niño Daniel “el Mochuelo”— en la Cantabria de posguerra, aunque eso de salir de madrugada hacia el pueblo en noviembre, con el ánimo puesto en asuntos de la caza menor con perro, tiene algo que evoca a nuestro maestro castellano en el relato de certeros lances de perdiz en las laderas de su querido Sedano.
Amanecer en las ripas junto a los ríos.
Foto: Cristina Allué
Según el día amanezca con nubes recias de levante, con viento del oeste o con boira prieta en la ribera, el ánimo se torna conmovido, valiente o expectante. En su inicio, el camino transcurre entre semáforos y rotondas que orientan la mirada, cerca ya de la autovía, hacia la primera luz del alba garrigueña. La distancia hasta el pueblo da para un par de cigarrillos y para imprevisibles cavilaciones que tengan a bien instalarse en la cabeza, algunas plácidas, inoportunas otras. 
Camino del pueblo por la autovía.
Foto: Carmen Godia
Hasta que no se cruza el Cinca, los pensamientos le asaltan a uno con matices filosóficos, trascendentales y de íntimo ensimismamiento del que sólo se consigue librarse aireando la mente con la refrescante brisa cinqueña que azota por la ventanilla del automóvil mientras en el dial de radiotres  suenan las ráfagas atormentadas de Manolo Tena: “—estoy ardiendo y tengo frío, …—”. Divisando la salida hacia Fraga, con las primeras luces del alba reflejadas en el retrovisor, se desvanecen los recuerdos y vuelven las formas reales del momento perfiladas entre las luces frágiles de la mañana de noviembre. Una niebla suave desfigura el asfalto humedecido que brilla bajo los faros y se vislumbran lejanas las siluetas de los pueblos vecinos cuando enfilamos el plano.
Amanecer en el Alcanadre con boira.
Foto: Antonio Adell


A lo lejos, los fantasmas de las ripas acechan junto al río que brama crecido por las lluvias y, entre la bruma transparente que flota entre los chopos, aparecen las casas de Ballobar, el puente sobre el Alcanadre, la ermita y la ilusionada jornada de otoño entre amigos y fatigas. Durante la mañana se camina entre yermos, laderas y restojos con brío o con desánimo, según sea la percha, el terreno o la modalidad de caza y nunca falta, al mediodía, un puchero con judías o una cazuela con buen guiso; cocineros haylos y el hambre nunca falta.
Ya de tarde, se regresa al pueblo y uno cruza saludos y sonrisas con vecinas andarinas o tomando el sol en mentideros otoñales aprovechando la templanza del sol de poniente y, al poco, se enfila otra vez la carretera de regreso.

El bosque del Cinca, junto al puente del tren, en Ballobar
Al trasluz de los últimos rayos de sol que traspasan la levedad de una incipiente neblina, aparecen los sauces, los álamos y abedules que reflejan sabores de otoño sobre las aguas del río, y que convierten el camino de las ripas en una naturaleza imprecisa de colores difusos entre el bosque de pinos y chopos espirituales.
Ripas del Alcanadre. Boceto al óleo de Pascual Berniz
El camino se ilumina con olmos otoñales, con enormes nogales y frondosas figueras que crecen junto a las cunetas, entre los ribazos y regueros de las huertas de Velilla, de Miralsot y junto a Fraga, y que acompañan al viajero en un recorrido pigmentado de cálidos ocres, de vivos anaranjados y de luminosos verdes y amarillos, junto a los olivos y frutales que tapizan las huertas.
Bosque de color en Miralsot
Entrando en tierras catalanas, la entrada a Lleida constituye una explosión de colores otoñales entre las avenidas y jardines con abundantes y hermosos arces, chopos radiantes de luz, rojizos árboles de ámbar y espléndidos gingkos dorados que evocan lienzos de Monet y de Renoir a orillas del Segre. 
Gingko biloba en el Rectorado de la UdL
 

Puente sobre el Segre en Lleida

Un  regreso a la ciudad cargado de espiritualidad y de conmovedora belleza que nos llena de emociones los sentidos.

Rincón con banco en Camps Elisis





Liquidambar styraciflua-Ocozol-Árbol del ámbar a Jardiland
Basses d'Alpicat


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