Aljeceros por el mundo. Terrassa
Del fotògraf terrassenc Xavier Francino Como solía hacer cada noche después de fregar los cacharros de la cena, la Catalina salió a tomar la fresca con las vecinas. En el abrasador verano de 2015, las tertulias se iniciaban con los comentarios sobre las altas temperaturas que aletargaban los cuerpos que buscaban alivio en la noche y que el oreo del río no conseguía refrescar ni en las madrugadas. La Catalina de la Lavandera pasaba unos días de vacaciones en el pueblo con el Pep en una casa junto al río que heredó de la Felisa, una hermana soltera de su madre. Paseando por el puente junto a sus vecinas, el sordo rumor de las aguas que rompían en los cuchillos de piedra arrastraban palabras de nostalgia de otros tiempos. A los ocho años, la Catalina había marchado a Tarrasa en compañía de sus padres que habían conseguido, gracias a intervención de un pariente lejano, un empleo de fogonero, el padre, en la fábrica de ladrillos Almirall donde conoció a Marià Masana, maestro