Moniatos

Las primeras boiras del otoño extienden su manto opaco ocultando la montaña sobre el río. El humo de las chimeneas asciende difuso y lento sobre los tejados trazando surcos imprecisos sobre un cielo ceniciento. Las miradas se perciben resignadas a través del vaho en los cristales de ventanas enteladas por el frío de la noche y las calles desiertas despiertan con fresco olor de crisantemos. El día transcurre con calmado trajín de vecinos recolectando olivas en los campos, acarreando leña de los huertos y horneando enfarinoses y dorados mazapanes. Una vecina que escoba la calle se detiene a observar la figura de una joven caminante que se vislumbra imprecisa, subiendo por el sendero que lleva a la ermita, junto a un perro blanco salpicado de negro. Algunos vecinos pasean sus almas por el puente hacia los huertos escuchando el leve rumor de las aguas del río que rompen calmas sobre los cuchillos de piedra formando torbellinos suaves que bañan los juncos. Los álamos del río extienden una alfombra de hojas blancas que brillan sobre las piedras verdecidas de la orilla y las siluetas de las ripas se reflejan río abajo fantasmales. 
Foto: Cristina Allué
El sorprendente pitido del móvil, a través del feisbuc, me avisa de la recepción de una imagen de la ermita entre las tinieblas de la boira. El día transcurre lento y frío sobre los tejados y el aire humedecido del otoño nos acerca la noche temprana en la vigilia de todos los santos.
Horas más tarde, al calor de la encina que crepita encendida en el hogar de una buhardilla rebrigada, se ha reunido la cuadrilla de amigos compartiendo una cena deliciosa preparada por una pareja hospitalaria. Se notan las ausencias que dejan la vida y las dificultades. Los contratiempos  se asientan con las magras y las voces se tornan alegres con el vino. Un menú suculento y bien guisado restaura unos cuerpos que se exhiben jóvenes y con ganas de jaleo. 
Mazapanes de Cris
Energéticos mazapanes de almendras, de piñones y de nueces hacen renacer las ganas de vivir y la noche se tercia dicharachera y alborotada junto al fuego. El color calabaza de unos moniatos cocidos al horno de leña desata un debate acalorado sobre la exquisitez de los tubérculos. Que si los moniatos blancos son más dulces; que si, el otro, siempre los ha visto de color naranja; que si, ¡calla, maduro!, aquí, en la vida han sido amarillos; que, ¡si lo sabré yo!; y, –dicho con expresión conciliadora y tratando de zanjar la questión—  será porque éstos son andaluces, pero a buenos no les ganan tus moniatos blancos, este anaranjado era tan dulce como la miel, tan dulce como la adorable sonrisa de la Teresa [Rodríguez]. Y, apagando el flanco derecho y avivando las brasas del izquierdo, con estas y otras disquisiciones botánicas y filosóficas transcurrieron las horas bien ameradas de caldos espumosos que asentaron los ánimos y las ánimas en un día de ambiente triste que la noche tornó agitado.

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