Fogueras

El fuego no quema los recuerdos
El fuego nocturno en las calles del pueblo nos trae recuerdos de tiempos en que uno retrasaba la decisión de acostarse pensando en el frío de las sábanas que sólo se conseguía templar con la bolsa de agua que bullía en un puchero junto al fuego. La leña era imprescindible en los hogares para calentarse en los duros inviernos, también en la cocina como material de combustión y para calentar el agua del caldero en los mondongos.
Bufa del cerdo.
Foto: Beatriz Rausa
Siendo el cerdo un animal fundamental en la alimentación por estas tierras no era extraño que, siguiendo ritos milenarios, se reservase una parte del cerdo –sacrificado en estos días del invierno para facilitar con el frío su conservación— para que el fuego quemase las vejigas infladas que, supuestamente, contenían los espíritus malignos que dieran al traste con las rosadas carnes de la matanza.
Foto: Cristina Allue
Las fogueras de sanantón siguen siendo lugar de reunión de los vecinos junto al fuego donde, como en toda reunión que se precie, no faltan las carnes para el asado y un buen tinto para el trago. Ahora son otros tiempos y los mocetes ya no saltan las hogueras con la caña verde a modo de pértiga, cortada en mengua, ni es necesario ahuyentar malos augurios asando las ‘bufetas’ de los cerdos gracias al sistema de congelación moderno que, si no falla el suministro eléctrico, se encarga de los demonios de las carnes.

Foto: Mariajosé Alegre
El escritor noruego Lars Mytting, en 'El libro de la madera', habla de los hachazos de los leñadores que hicieron posible la civilización gracias al fuego de leña. En una entrevista para un periódico español, expresa la manera peculiar de conocer el carácter y la personalidad de los nativos a través de su forma de organizar su leñero: “En mi país, durante siglos, la forma como se guarda la madera fue una guía para las mujeres que buscaban marido. De hecho, allí el amor se expresa regalando leña, no flores”. Las mismas tradiciones que, aquí, llenan la literatura popular de cuentos, historias y leyendas que se transmitían oralmente, junto al fuego, en las largas noches del invierno. Un fuego que reunía a la familia y la visita de alguna viuda solitaria requerida de compañía y donde se hablaba de las cosas de la vida, de la muerte y de las chafarderías y que cada año se enciende en el gélido anochecer de Ballobar –en la semana de ‘los barbudos’— para rememorar los tiempos en que nadie podía limpiar nuestros bolsillos a través de la factura de la luz gracias a los candiles.
¿Leñadores noruegos reponiendo fuerzas?




Foto: Maribel Val

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