En la vida, hay momentos de placidez. Tomar el sol en un día de bonanza, sin que el cierzo aterre por las avenidas del pueblo despeinando permanentes, es uno de estos momentos. En estos pueblos del Bajo Cinca –al menos los que ya tenemos la rutina hecha por los años, y no es momento de cambiar— es costumbre de comer al mediodía. A la una, la mesa puesta, que el abuelo tiene que echar el guiñote en el club y a la dueña la esperan las amigas para dar un paseo junto al río con los cacharros ya puestos a escurrir y la escoba pasada en la cocina, que la casa ha de estar siempre en orden, por principios y por lo que pueda pasar, porque puede venir de visita con cualquier pretexto y sin avisar la alcahueta del barrio y encontrar alguna falta, o que le dé a una un vahído de los que no se pasan con un vaso de mistela y tengan que avisar al médico; ante dichas circunstancias, las dos de gravedad, mejor que la casa esté siempre ordenada y limpia y, en la cama, la colcha bien estirada. Y no t
Comentarios
Publicar un comentario
Tienes un comentario al blog