Oleo


Pasada la medianoche, las humeantes notas de Proud Mary inundaban la estancia de penumbra artificial iluminada por los escasos vatios de una bombilla solitaria. Como la rueda de aquel vapor del Mississipi, el plato giratorio del fabuloso tocadiscos de Marcelo giraba sin descanso en aquella casa abandonada de la calle Alta convertida en bodega de bohemios, un poncho permanente que ocupaba la cuadrilla en las frescas noches del verano por la generosa aportación del amigo Paco del Remundo. Estudiantes de letras, aspirantes a científicos, señoritas elegantes, artistas noveles, jornaleros de oficios, trasnochadoras sin rumbo y jóvenes con melena soñaban con aquella canción de libertad interpretada por Jhon Fogerty acompañando sus voces con un vaso de poncho entre las manos. Cuando la armónica de Keep On Chooglin traspasaba las neuronas relajadas por el humo dando entrada a la trepidante batería de aquella banda de rock, asomó por la puerta Pascual –un joven pintor acompañado de su hermano Ignacio y algunos amigos — con un cuadro en la mano. Después de los saludos de rigor y tomado rústico aposento, aquel cuadro, un óleo sobre tela de buenas dimensiones con el retrato de Eliseo, quedó expuesto a las miradas sorprendidas de los reunidos colgado del ruinoso gancho del candil de una desconchada pared encalada de azulete. 
Oleo sobre tela (81x73), de Pascual Berniz

(Imagen del cuadro de Eliseo,
cedida por el pintor para este relato)
Los colores de aquel cuadro desprendían la luminosa fortaleza de Eliseo sentado en el branquil junto a una botella esmediada de vino tinto; aquella fortaleza que le permitía afrontar el duro trabajo como jornalero en los sotos de Zaidín, desplazándose con su desvencijada bicicleta y cruzando el Cinca cada madrugada, hiciese calor o frío, por el paso de la barca; un mundo de trabajo representado con intenso añil en aquellos desgastados pantalones de faena. Los trazos vigorosos del pincel reflejaban un carácter fuerte, independiente, casi salvaje, acostumbrado a una vida difícil por su rotunda mudez que dificultaba su relación con las gentes. Aquel rostro poderoso escondía la ternura de una mirada extraviada en un pasado sin sonidos: sin poder oír las palabras cariñosas de una madre, sin el canto de los pájaros al alba, sin el reír de las aguas del río entre las piedras, sin el eco de los truenos en las ripas, sin el silbido hostil del cierzo en primavera, sin las voces alegres de los niños y sin la dulce voz de la vocalista de la orquesta en el baile de la fiesta; un rostro con una mirada profunda que transmitía la verdad, que atraía y que te empujaba hacia el interior de aquel lienzo luminoso que se adhería en la memoria para siempre. El empuje de su atlético cuerpo reflejaba una decidida tozudez para vencer sus limitaciones, para entablar relaciones y dar explicaciones, para participar en la vida social y para salirse con la suya; y hacía recordar el ímpetu deportivo con el que afrontaba la carrera ciclista de la fiesta mayor cuando cruzaba el río con la vetusta bicicleta sobre el hombro, o cuando subía por el palo engrasado a buscar el gallo, o cuando tiraba de la soga en los concursos en la plaza. Delante de las humildes tablas de una vieja puerta de madera, aquel torso desnudo evocaba una vida proletaria sin más recursos que sus brazos y sus manos poderosas. Bajo la espesa luz de aquel local cargado de aromas de tabaco y esencias de vino, las profundas sombras de aquel cuadro reflejaban sentimientos de desconsuelo por la desalmada incomprensión de su sordera infinita, de momentos infelices por la crueldad ajena que alteraban su serenidad endeble que combatía en ocasiones con algunos tragos al porrón en las tabernas. Algunas tardes, calmaba su soledad en el bar “Pablito” jugando al rabino; a pesar de su incapacidad, se defendía con las cartas y las cuentas de los tantos con cierta facilidad; allí pasaba algunas horas hasta que perdía la paciencia ya que su carácter inquieto no le permitía tanto tiempo de inactividad física, y bailaba de contento si conseguía ganar una partida. La botella entre los pies de aquel óleo fauvista no era un elemento adicional de composición; aquella botella simbolizaba la condición humana, la permanente inclinación a la transgresión, la predisposición al vicio, la fragilidad de la voluntad y la debilidad ante los placeres. Así como algunos beben para parecer, otros para olvidar y otros para soportarse a si mismos o, quizás, para poder soportar a los demás, Eliseo bebía por alguna razón que no podía explicar de ninguna de las maneras. Por eso, quizás,  Pascual quiso que "El Mudo" hablase a través de aquel cuadro que mostraba la bondad de su ser, con expresivas pinceladas que inundaron de arte los azulados ojos de la juventud en aquella noche estrellada, junto al cadencioso chapoteo de las ruedas de los vapores en el río.

Juanjo Berniz_Enero/2015
(Con mi agradecimiento a Pascual por su amable colaboración)

Proud Mary/Rolling on the river

Keep On Chooglin

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