Temporada de caza 2014_2015

Por fin se levantó la veda y, a pesar del pronóstico de lluvias para el 12 de octubre, se pudo salir al campo. Hacía años que en el coto no se iniciaba la temporada en la fecha fijada en el calendario aragonés pero es de suponer que el avance de este año se deba a las abundantes lluvias veraniegas. El caso es que los cazadores, llegando a estas fechas ya nos sulsimos si no podemos sacar a pasear el perro.
El día amaneció radiante después de una noche lluviosa de insomnio extraño que impide la relajación y te levantas agotado de tanto subir y bajar laderas tras las perdices toda la noche y luego no ves ni una; será por el sueño que arrastras toda la mañana, porque no existen o han desaparecido como por arte de magia. 

Después de unos huevos fritos a la sartén y unas sardinas de la costa a la parrilla suministradas por mi amiga Lluïsa, la peixatera de Bell-lloc d’Urgell, la cuadrilla se dispersa por yermos y laderas en busca de alguna pieza que echar al morral. La ilusión del primer día hace que los pasos de las primeras horas sean enérgicos y uno se desliza por los yermos acolchados por las lluvias como la Charlotte Gainsbourg sobre la alfombra roja de Donostia. Una rabona, asustada por el braco del Sabino, inicia la escapada de una margen en un hondo sin contar con la argumentada puntería de David que la revuelca sin perdón. El sol está ya en lo alto y se empiezan a sentir los primeros síntomas de lo que será un calor sofocante al mediodía. Una perdiz solitaria y esquiva recibe las salvas de honor, otra vez de David, con la mala fortuna de caer de ala al lado de unos troncos que le sirven de salvación. Una lástima, porque todos preferimos no alcanzarlas a que queden heridas pero siempre no se puede elegir, que le vamos a hacer. El sol ha evaporado la superficie terrestre y empezamos a sentir la fatiga que acentúa la falta de agua en el chaleco. La previsión que se había hecho queda exterminada por la inclemente radiación al poco tiempo de la caminata. Cansado y con mucha sed, creí entrar en estado alucinógeno cuando, a la altura de los mases del campillo y subido sobre los restos de una pared de piedra, observo la figura amenazadora de un buitre señorial. 
El inquietante encuentro con el ave me traslada a mis años de infancia cuando, alertados por su vuelo circular, acudíamos a la Pardina del pueblo a contemplarlos en sus carroñeros festines. El desagradable hedor ambiental constata que no está dispuesto a alterar su majestuosa inmovilidad por mi armada presencia. Después de posar para unas fotos realizadas con el celular decidimos continuar la andadura con mi perrita que ya empieza a sentir los dolores articulares del primer día de caza rezagándose en la búsqueda y mirando de refrescarse de vez en cuando en las badinas que encontramos a nuestro paso. El cansancio y la sed ya se hacen insufribles para ambos y se impone el regreso si no queremos terminar incapacitados para la andadura. Una refrescante parada en la ombría de un mas derruido donde compartimos un bocadillo de pernil nos recompone un poco los cuerpos; el agua de botella ya está caliente y obliga a regresar con la garganta reseca. Un problema que añadir a la caminata que nos espera, que no es poca y con pocas esperanzas de ver alguna perdiz aunque nunca se sabe.
Y como dice el dicho “cuando menos piensa el galgo, salta la liebre”, ya cerca del mas, en un yermo pedregoso, entre matas verdecidas por la abundante humedad del verano, salta una liebre como un rayo que un tiro adelantado con perdigón del siete le corta el camino de la huída con gran alegría de la Diana que ve recompensado su esfuerzo en el primer día de caza. 
Tres liebres y dos perdices entre toda la cuadrilla hacen que encaremos la comida con cierta compensación aunque con la queja general que este año no hay perdiz; o crió mal o se han esfumado. Veremos como se suceden las jornadas antes de decaer definitivamente el ánimo.
Unas setas recogidas por la Carme en la zona de Graus y una buena sartén con unas magras y pollo con sanfaina nos recomponen el estómago al tiempo que los ánimos se levantan con una buena tertulia bien acompañada de un buen vino añejo de la cosecha de Sabino. La tarde avanza sin saber y amenazantes nubarrones presagian lluvias de nuevo. Una cortina de agua se devisa a lo lejos tras extensos campos preparados para la siembra de cereal de invierno. 

A ver si cogemos el ritmo y podemos ir tras las ariscas perdices las próximas jornadas sin perder el fuelle.

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