Tiempo de olivas

La Sara, cumpliendo de buena mañana.
Después del madrugón y llegando a Ballobar sobre las siete de la mañana, la Sara de Pecaya, que ha iniciado su jornada laboral en la gasolinera, es la primera persona que acostumbro a saludar. Buena conversadora, de carácter aragonés –que dice lo que piensa sin tapujos— y una persona excelente con la que conservo la amistad y el aprecio de siempre. Fuera hace un orache fresco que invita a taparse y a calentar el cuerpo con un café en el bar de la estación. Dentro del local, saludo a
José M. el "Julia"
José María el Julia que ha traído una mata de hierba marreu –marrubio, en castellano—que, según dice, sirve para curar toda clase de males: escoceduras, mal de muelas, hipertensión, mal de estómago y mejor que la tierra pelaire para todas las clases de llagas; un experto en hierbas, como pocos, que nos ilustra de buena mañana con sus conocimientos a los presentes. 
Un buen pastel de naranja.
Al ser jueves, algunos miembros de la cuadrilla están cumpliendo con la bíblica maldición sobre cómo ganarse el pan, mientras que el resto, ya liberados del vengativo anatema, nos disponemos a pasar una mañana más placentera aunque menos productiva para la economía nacional. Así que, después que le hayamos echado unos tragos de buen tinto al condimento habitual, rematado con un delicioso pastel de naranja elaborado por la Celia, ya estamos preparados para revista. La mañana es fresca, con viento frío que va en aumento pero soleada; un día apropiado para la caza y la excursión campestre. Decidimos aventurarnos por zona agreste de pronunciadas laderas y valles profundos con extensos yermos y verdes olivares.

El Floré, repasando un joven olivo.
Los labradores están ya en plena campaña de recolección de arbequinas que, este año, la falta de lluvias ha dejado en tamaño diminuto, aunque la cosecha se prevé aceptable. En un olivar soleado, a rebrigo del cierzo, saludo a Miguel Angel el  Floro, un mozo afable y simpático, que está repasando unas oliveras hermosas y bien cargadas. Las coge a mano ayudado por un peine o pequeño rastrillo y van cayendo sobre una malla verde que ha colocado en el suelo bajo el olivo. Después de conversar un rato de olivas, de aceite y de caza, a la que también es apasionado, prosigo mi camino por una vall abarrotada de enormes tamarizas, frondosos sisallos, artos hirientes y espléndidas ginestas. A rebrigo del viento, la temperatura es primaveral y apetece pasear por este lugar donde la naturaleza le abstrae a uno de la congelación de salarios y pensiones, del sarau catalán y de los virus de las nietas. La  perrita se para de repente en un espeso arto reclamando mi desviada atención; allá tendrá que entrar, aunque los pinchos le incomodan y nunca le han atraído; es que la Diana es tan fina que más bien parece la hija del boticario o una delicada senyoreta de educación primaria.
La Diana, con su premio.
Después de varios movimientos de aproximación por los pinchos, sale de estampida un conejito del año que revuelco a la primera; felicito a la Diana con unas palmaditas y un chusco de pan con jamón que agradece sinceramente. La mañana termina sin más lances certeros que algún disparo sonoro a alguna perdiz arisca que levanta en la Chimbamba y con escasa posibilidad de acierto. A comer, a casa, que tengo visita familiar y eso no se puede perdonar; las nietas son las nietas!

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