Tormentas de verano





Foto: jberniz
En este lugar de extensos rastrojos abrasados y huertas colmadas de frutas, la naturaleza se muestra soberbia exhibiendo amaneceres de colores entre la bruma húmeda del alba y con atardeceres de nubes de algodón que se alzan siniestras en lejanos horizontes oscuros. Como esta tormenta vírica que amenaza las gentes, obligando a tomar medidas rigurosas que malmeten la economía, las relaciones sociales y nos ha dejado sin piscina. Por si fuese poca la borrasca sanitaria que ha impedido la celebración de las fiestas locales de agosto, tan solo interrumpidas en la guerra civil del siglo pasado, día sí, día también, atruenan noticias que inculpan al rey emérito de cobrar ilícitas comisiones sin pasar por ventanilla, o sobre cajas ocultas sin el sello de la agencia tributaria que afectan a dirigentes de partidos políticos. Los alcagüetes y alparceros de turno charran y no acaban en los medios escritos, radiofónicos y tras las negras pantallas planas de los televisores, convirtiendo estas exclusivas veraniegas en tormentas mediáticas que solo sirven para entretener al personal del gran temporal que se avecina con el inicio del nuevo curso escolar, que requerirá dedicar más medios de los planificados, si es que se ha previsto alguno que no sea transferir la responsabilidad a la dirección de los centros educativos, como tienen de costumbre, convirtiéndolos en expertos gestores de infecciosas con el correspondiente cursillo acelerado de coronavirus, y ennegreciendo aún más el horizonte borrascoso de septiembre y amenazando la vendimia de las escasas viñas que no han sufrido la pandemia del mildiu y los distraídos tiros a las codornices. Con estos nubarrones y al paso que vamos, todos chipiaus.

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