Máscaras


Cuando pasan las horas sofocantes de las tardes de este verano extraño sin piscina, cerrada a cal y canto por motivos de salud pública, y el aire se llena de nuevo con el sonido alegre de los gorriones y de aromas dulces de las huertas, algunos vecinos se reúnen en los patios y en rincones de las calles sin tránsito que permiten un rato de tertulia placentera antes de la cena o, más tarde, al oreo de la noche estrellada. Se comentan los últimos decretos de confinamiento, el precio de los prescos, la cosecha de patatas, si la perdiz crió como se esperaba, la alarmante situación económica del país o si el Huesca subirá a primera. Las charretas femeninas, con temas propios de conversación, es un suponer más cercanos y entrañables dedicados a la familia, los nietos, las amarguras propias y las ajenas, la conserva del tomate, los líos sentimentales locales, o no, y todo aquello que distraiga la mente por un rato del duro trabajo en la casa, en el campo o en la empresa. Horas de palique que entretienen a los vecinos en la calma diaria, este año con la máscara cubriendo unos rostros dibujados con trazos de sol y cierzo en una piel curtida y un reflejo de nobleza en sus pupilas. Gentes sencillas y valientes que plantan cara a las pandemias, con respeto, si, pero sin miedo.

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