Yermos
Un tiempo deshidratado que ha dejado
el campo con un manto de espinas de cardos, de aliagas y de artos, únicas
plantas capaces de resistir tanta sequía, sin refugio vegetal para la fauna
salvaje y sin agua para los bracos que no cejan en la búsqueda inútil de liebres
fugitivas y de perdices astutas que levantan en el quinto pino. Hoy por hoy,
sólo se caza en la cazuela y, en esta temporada extraña, hay días que ni eso
porque los asuntos de los miembros de la cuadrilla andan como andan y entre
obligaciones personales ineludibles y los viajes del Imserso nos dejan más de
una jornada sin un sabroso zancocho con
patatas. En resumen que las piezas de peso conseguidas pueden contarse con los
dedos de la mano y aún sobra el meñique.
El único que cuelga caza es el chavalín de Colás que está hecho un campeón y afición y piernas no le faltan. El resto, que andamos con la cabeza en otros asuntos a la hora de encararnos el veteado nogal, fallamos más que una escopeta de feria por falta de entrenamiento, por falta de precisión en los lances o por andar pensando en las musarañas. A pesar de todo, el ejercicio de caminar unas horas por el campo en las mañanas otoñales en compañía de la Diana correteando por yermos, laderas y restojos, constituye un aliciente esperanzador e ilusionante, aunque sólo afecte al mantenimiento de nuestro ritmo vital cardiaco y respiratorio que tratamos de impulsar, también, con buenos tragos del excelente vino de la última cosecha del Sabino que se estrenó estos días con la mengua de la luna. A ver si vuelven pronto los de Ibiza que este vino está pidiendo a voces un buen puchero de suculentas judías con tocino.
El único que cuelga caza es el chavalín de Colás que está hecho un campeón y afición y piernas no le faltan. El resto, que andamos con la cabeza en otros asuntos a la hora de encararnos el veteado nogal, fallamos más que una escopeta de feria por falta de entrenamiento, por falta de precisión en los lances o por andar pensando en las musarañas. A pesar de todo, el ejercicio de caminar unas horas por el campo en las mañanas otoñales en compañía de la Diana correteando por yermos, laderas y restojos, constituye un aliciente esperanzador e ilusionante, aunque sólo afecte al mantenimiento de nuestro ritmo vital cardiaco y respiratorio que tratamos de impulsar, también, con buenos tragos del excelente vino de la última cosecha del Sabino que se estrenó estos días con la mengua de la luna. A ver si vuelven pronto los de Ibiza que este vino está pidiendo a voces un buen puchero de suculentas judías con tocino.
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