Estrés

En estos tiempos de incertidumbre política, en el que uno se levanta en el Reino de España y no sabe si se acostará en la República Catalana, la cabeza tiende a orientarse hacia el fenómeno citado a pesar de los esfuerzos de distracción que realiza sin ningún éxito. Se levanta uno con la esperanza de que no se le indigeste el primer bocado de la mañana con la última ocurrencia de algún diputado electo –bien sea de los que se van o de los que se quedan— y de que transcurra el día reconfortado por el trino de los gorriones entre las acacias. Pero, aunque se haya hecho el firme propósito conjurado a no pulsar el mando del televisor siempre sucumbe al mecánico movimiento y se acompaña de alguna entrevista mañanera a un destacado miembro del ‘govern’, en un canal adicto al régimen soberanista, o de los tertulianos a  sueldo bien acomodados en un plató constitucionalista. Nada que no sepan ustedes. Después de darle vueltas al asunto y visto que no hay manera de ponerse de acuerdo en la resolución de los asuntos políticos –de eso los españoles hemos dado buena muestra a lo largo de los siglos porque acabamos siempre a mamporrazos— podría deducirse que la situación empeoró con la última crisis económica que generó gravísimos recortes y que los gobernantes catalanes no tuvieron otra ocurrencia que darle la culpa a los demás con aquella frase lapidaria, por mortal, de “España nos roba” que presidió manifestaciones y encendidos debates, y que podría establecerse como el origen del insomnio que padecen centenares de jubilados que se las prometían felices con el cafetito de media mañana a la sombra de los plátanos de la rambla consultando el ‘mundodeportivo’ o la última cotización del ibex 35.


Y uno, que ya ha decidido la desconexión de tanta sinrazón en el ámbito de la gestión de los conflictos políticos y sociales del país al que ha dedicado cuarenta años de trabajo, se plantea combatir tanto atosigamiento mediático retomando otra vez la olvidada pluma, y que salga el sol por Antequera y póngase por donde quiera. Puestos a ello, y disfrutando del silencio de una noche sin el canto patriótico de manifestantes envueltos en banderas, sin sonoras tertulianas cogidas por el moño y sin estridentes aporreamientos de cazuelas, me dispongo a olvidarme del ‘prucés’, de la DUI y del art. 155, rememorando el silbido del viento por los parajes soleados de la Valcarreta en la mañana del domingo tras ariscas perdices que volaban tal como una escuadrilla de reactores.
Y así fue que, a falta de entrenamiento y por el avance contra el cierzo produjeron un cansancio físico general fuera de lugar que se remedió con una siesta de pijama y orinal, eso sí, después de un guiso de corzo que cazó el Colás, cocinado por la mano experta del Sabino que mantiene el título oficial de cocinero, y por muchos años que lo conserve, además de elaborar buen vino.

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