Septiembre

El caballero Jorge con "Morfeo"
Próximos al equinoccio de otoño y aliviados de los calores del verano por las agradables lluvias de estos días, nos adentramos en la estación de las brumas matinales, de los ocres y amarillos ribereños y de perfumes de vendimias y panollas.

En las huertas, se aprovecha la mengua de la luna para cortar las uvas de las vides y encomendarse a Baco para llenar toneles y porrones de excelentes caldos afrutados de merlots y de garnachas que las noches refrescan en los escasos lagares y bodegas que todavía quedan en el pueblo.
El amigo “Sabino” es uno de los lugareños que cultiva las vides de la huerta con esmerada atención procurando una cosecha ecológica  sin más aditivos que el conocimiento, la investigación, el esfuerzo y el arte que se requiere para pisar las uvas en el trajal antes de que chorren los aromáticos caldos por la trascoladora.
      Y, lo de Catalunya, ¿cómo va?
      Ya veremos.
      Anda que el Puigdemont s’ha luciu incitando a los vecinos a incordiar a los alcaldes que no piensan comuél.
      ¡Un desustanciau!
Los ballobarinos se resisten a parar la fiesta de San Juan de finales de agosto y resuelven convocar festejos medievales que llenan las calles y plazas de caballos alpinos, frisones, bayos, árabes, percherones y andaluces que los niños admiran en su recorrido por los puestos de artesanos de arcilla, de herreros, de cesteros, de herbolarios, de  artesanos de gaitas y dulzainas, de vendedores de piedras que protegen de males extraños, de anticuarios y de puestos de mujeres que recaudan fondos con fines sociales y de la lucha contra el cáncer.

Hacia el mediodía, los jinetes se refrescan junto a los caballos y “Morfeo”, un halfinger de preciosa planta descansa junto a su dueño, Jorge Uya, buen conocedor del mundo equino y dedicado siempre a la organización de eventos en el pueblo, en tiempos con las motos y ahora con asuntos medievales.


Y, como en todo mercado que se precie, no faltan los puestos de artesanos de satisfacer la gula con olorosos quesos de oveja, embutidos variados de las comarcas aragonesas, cecinas de León y ardientes orujos perfumados de manzanilla de la Sotonera.
Un cetrero ameniza la tarde con el vuelo de búhos y águilas adiestradas que arrancan aplausos de un público que se resiste a despedirse de un verano caluroso cuando, más tarde, la noche se torna fresca y las gentes se retiran con la luna oscura de septiembre.

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